La importancia de la terminología que empleamos a la hora de referirnos a las personas con discapacidad intelectual resulta fundamental para poder identificar cuál es nuestra postura ante este tema.
Olvidándonos por completo de definiciones vejatorias hacia la persona o simplemente peyorativas o incluso aquellas que matenían matices condescendientes o caritativos, nos vamos a centrar en el nuevo concepto de discapacidad intelectual que comenzó a definirse en 1992 por la AAMR y se actualizó en 2002, concepto que da un valor fundamental a la PERSONA en su conjunto, con sus capacidades y limitaciones, en la que el funcionamiento intelectual convive en un entorno determinado, con unos apoyos concretos, lo que va a proporcionar a la discapacidad intelectual un valor dinámico o cambiante y no estático o inamovible como podría ser consecuencia de definiciones más tradicionales.